Falta de agua y estrés osmótico en invierno: fisiología, diagnóstico en campo y decisiones de riego con datos
En invierno muchas plantas “tienen agua al lado y, aun así, se deshidratan”. El motivo no es solo el frío: es cómo el frío cambia la disponibilidad de agua y empuja a la planta a un estrés osmótico. En las próximas secciones veremos qué le pasa por dentro a la planta, el papel de salinidad y textura y qué nos cuentan variables como tensión de suelo, CE, temperatura, DPV y radiación.
Agua que no cuenta como agua: potenciales y termodinámica del invierno
En invierno, el agua deja de ser un problema de cantidad y se convierte en un problema de energía. La planta solo puede incorporar el agua cuyo potencial no suponga un coste imposible para sus tejidos. Al bajar la temperatura, una fracción del agua del entorno cambia de estado o se aproxima a la congelación; el líquido que queda se concentra en solutos y su potencial osmótico se hace más negativo. La misma “humedad” de otoño ya no vale lo mismo a 1–2 °C: la raíz siente que el agua está “ahí”, pero demasiado cara.
En ese contexto, la congelación extracelular concentra aún más los solutos del medio; la célula, por simple ósmosis, cede agua hacia fuera y se deshidrata. Visible en campo, la huella es sutil pero repetida: hojas opacas, bordes oscurecidos, tejidos que al mediodía parecen “papel”. En mis observaciones, tras noches frías y amaneceres radiativos, el contraste es muy claro: perfil aparentemente húmedo y plantas que se comportan como sedientas. Es la termodinámica hablando, no una “sequía” clásica.
Lo que le ocurre a la planta por dentro
El frío golpea por dos vías: osmótica y estructural. Si el hielo nuclea fuera de la célula, el medio se concentra y la célula pierde agua poco a poco; si nuclea dentro, los cristales pueden perforar membranas y dañar orgánulos, con necrosis local. Entre esos extremos, las membranas pierden fluidez, las enzimas se ralentizan, la fotosíntesis cae a mínimos y la síntesis proteica se aplaza: la planta entra en un metabolismo “a cámara lenta”.
El xilema añade su propia dinámica. A baja temperatura se favorece la cavitación (burbujas) y la columna de agua se interrumpe. Por eso, tras la helada, el momento crítico suele ser la mañana soleada: el DPV atmosférico sube rápido y “tira” de la transpiración, pero la hidráulica interna todavía no responde; entonces aparecen desecaciones súbitas. Lo he visto así: tejidos que al alba están turgentes “acuosos” y al mediodía quedan mates y quebradizos. No es un simple “golpe de sol”; es la consecuencia de gradientes que se invierten antes de que la planta recupere continuidad.
El papel de la sal y de la textura del suelo en el frío
El invierno reordena solutos. Menor lixiviación y menor evapotranspiración pueden elevar la salinidad del entorno radicular respecto a otras estaciones. Una CE más alta hace más negativo el componente osmótico justo cuando la temperatura ya penaliza la disponibilidad. Sin hablar de “suelo salino” estricto, muchos cultivos soportan un sobre-coste osmótico invernal.
La textura modula el otro lado del problema. En suelos con más arcilla, el agua se retiene con más fuerza: está presente, pero ligada. En meses fríos esa retención se convierte en doble peaje: matricial (liberar agua de la matriz) y osmótico (líquido remanente más concentrado). En perfiles arenosos, la retención pesa menos, pero el enfriamiento es más rápido y la ventana entre saturación y estrés es estrecha. En ambos extremos, el mensaje es el mismo: presencia ≠ disponibilidad.
Un invierno no es un día: temporalidad, histéresis y memoria del tejido
El impacto invernal no termina con la salida del sol. Muchos tejidos quedan en estado subletal: vivos, pero funcionalmente limitados durante días o semanas. Esa memoria se nota en la reapertura estomática, en la captación de agua y en una sensibilidad mayor a nuevos pulsos de frío o a atmósferas muy secas. Además, el sistema planta-suelo exhibe histéresis: la ida (enfriamiento, concentración, cavitación) no se deshace con la misma facilidad que la vuelta (calentamiento, rehidratación, recarga). Por eso la secuencia noche fría → mañana soleada es una ventana crítica que conviene comprender más que “corregir” a ciegas.
Medir para entender: qué cuenta cada variable
El invierno no se explica con un número: se entiende cuando las señales encajan y revelan disponibilidad, coste y demanda. Aquí Ikos marca la diferencia: lecturas de lo importante, en su sitio y sin huecos, para conservar el hilo completo del cultivo.
- Tensión del suelo (potencial matricial)
- Es la métrica que separa presencia de accesibilidad. La raíz no bebe porcentajes: vence resistencias. Con tensiómetros Ikos, colocados en dos profundidades, captas el estrato activo y cómo responde el perfil bajo el bulbo. La lectura continua te deja ver histéresis (la ida y la vuelta no son iguales), “dientes de sierra” tras amaneceres fríos y cualquier deriva sutil que un valor aislado nunca contaría.
- Humedad + CE + temperatura de suelo (co-localizadas)
- Juntas forman el triángulo de la disponibilidad real. La humedad dice “cuánto”, la CE delata solutos (componente osmótico) y la temperatura define el estado del agua y lo cerca que estás de que “deje de contar”. El Ikos Multisensor de Conductividad mide las tres en el mismo punto, así puedes correlacionar un pico de CE con una bajada de Tº o con un falso “suelo húmedo” que en realidad está caro para la planta.
- DPV (déficit de presión de vapor)
- Es el “tirón” de la atmósfera. En mañanas soleadas tras noches frías, el DPV sube antes de que la hidráulica interna se recomponga: ahí pasan las desecaciones “inexplicables”. El sensor de DPV de Ikos te pone esa ventana en reloj: cuándo empieza, cuánto dura y cómo encaja con lo que leías en tensión y en temperatura de suelo.
- Radiación útil (PAR / DLI)
- Sin luz suficiente, todo va más lento: apertura estomática, reposición hídrica, síntesis. El sensor PAR de Ikos aterriza la conversación en datos: cuánta luz “útil” llegó y qué DLI acumulaste. Así el lector de invierno no se queda solo en frío y salinidad: entiende también el techo energético del día.
- Contexto de microclima (Meteo)
- Lluvia, radiación global, viento… el Ikos Meteo añade el telón de fondo para interpretar por qué un mismo perfil responde distinto en dos noches con la misma mínima: no es lo mismo una helada radiativa en calma que una advectiva con aire seco en movimiento.
Por qué importa que todo sea Ikos
Porque la continuidad temporal y la coherencia entre sensores importan más que la cifra de hoy. Al estar pensados para convivir, los tensiómetros, el Multisensor, DPV, PAR y Meteo hablan el mismo idioma de datos: mismo reloj, mismo histórico, misma escala visual. El resultado es una lectura fluida del invierno: noches que concentran, mañanas que tiran y perfiles que responden con retardo… sin perder el hilo.
Del dato al aviso (y, si procede, al auto)
Con Ikos Connect defines programas con umbrales por variable. Cuando una lectura cruza un umbral, el sistema activa automáticamente el programa asociado (riego o clima), envía la alerta y registra en el histórico qué se ejecutó, cuándo y por qué (condición que lo disparó, equipo implicado y estado). En cualquier momento puedes editar, pausar o priorizar programas. La idea: que los datos tengan continuidad operativa sin perder trazabilidad ni criterio.

